martes, 18 de febrero de 2014

VIVIR

Veamos dónde lo había dejado, ah sí, en que decidí vivir. Vivir sí, vivir lo que no había vivido hasta los 17. Me explico, hasta que me hice mayor de edad vivía en un barrio de mi ciudad que prácticamente era igual que un pueblo y estábamos prácticamente aislados sin necesidad de salir de allí para nada. Así que mis padres tuvieron suerte en eso porque como mucho estaba en casa a las 22:30, eso sí; sin echar de menos lo que no sabía que me estaba perdiendo.

Ahora que cuando cumplí los 18  y nos cambiamos a un barrio que estaba más cerca del centro, empecé a disfrutar de todo lo que la gente había empezado a disfrutar a los 15-16 años. Para bien o para mal recuperé el tiempo perdido. Salí con chicos y tuve relaciones con algunos de ellos, pero en ningún momento tuve la necesidad de explicar "mi problema" porque ninguno mereció esa explicación.

Comenté en la anterior entrada que la primera visita al ginecólogo fue bastante desagradable, por describirla de una manera "bonita". Cuando empecé a salir con chicos y dejó de bajarme la regla, mi madre me llevó al médico de cabecera que me derivó al ginecólogo de zona. La consulta ya de por sí era lúgubre y no invitaba a tener confianza, el ginecólogo mucho menos, un hombre de edad avanzada que me hizo tanto daño en la exploración que juré no tener relaciones sexuales de por vida. No fue algo placentero, no digo que las revisiones ginecológicas lo sean, sólo que aquel hombre no tenía tacto y me hizo sentir como si no importara. Así que casi agradecí que me derivara al ginecólogo de infertilidad.

Ya os conté que ese ginecólogo, un amor de hombre que nada que ver con el anterior, fue el que me mando pruebas y más pruebas para llegar a la conclusión de que tenía menopausia precoz. Ahí empezaron las revisiones anuales: análisis de sangre, ecografías... Y pastillas para que me bajara la regla: Equin y progevera. 21 días de pastillas para casi 7 de regla, eso sí; yo sabía exactamente cuándo me bajaba la regla, algo bueno tenía que tener, eh?

Y un año, desgraciadamente, se me pasó la cita y para volver a citarme tenía que empezar de nuevo: médico de cabecera, ginecólogo de zona e infertilidad. El gine de zona, ya no era el mismo barrio y gracias a dios el mismo gine, me dijo que él también podía llevarme y confié en que sabía de qué estábamos hablando. Confiar, qué ilusa. Me atiborraron a anticonceptivos porque como ya tenía relaciones sexuales era lo que tocaba. Pastillas que me hincharon de mala manera y me pusieron unas tetas que nos os podéis hacer idea.

Y en ese proceso conocí al que hoy es mi pareja, el papá de Budita. Y de pronto todo cambió. Ya había vivido lo suficiente y empecé a plantearme qué pasaría si papá budita fuese el indicado para mis explicaciones, qué tendríamos que hacer. Y ahí empezó una lucha con la seguridad social que os contaré en la próxima entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario